jueves, 28 de marzo de 2013

Quien escribe.








A Laura Casielles.
A Green Aerostación.
A  La Palabra Itinerante.

     No se conoce el motivo de este comportamiento, pero quien ha viajado en globo aerostático sabe que, al sobrevolar los caseríos, los perros siempre ladran desesperados. Podría ser que el silencio que precede al rumor del viento sobre la lona les haga sospechar alguna amenaza. Lo cierto es que cuando el globo alcanza las primeras tapias y cercados, ya están los perros avisándose con sus ladridos. Al dejar atrás el pueblo, al igual que se reduce la vista de las construcciones, disminuye el ruido hasta que desaparece.

   En los días de sol el globo proyecta una sombra redonda sobre los sembrados, calles y azoteas, y parecen hacerse visibles las capas de aire atravesadas por la voz de los perros. Más allá de lo que prometen los folletos publicitarios, volar en globo es una experiencia extraña y sobrecogedora, en la que los viajeros sienten el privilegio de volar sin techo, sin cabina, sin alas, con un temblor parecido al que sufre quien entra en la mar desnudo y a oscuras. 

   Algo así siente quien escribe. Atento al eco del ladrido, trata de comprender la voluntad de los perros, que miden la distancia, o el peligro; quien escribe es viajero que se asoma y percibe de golpe un espacio sin números, y recuerda por un instante cómo nacieron los dioses.