sábado, 19 de noviembre de 2011

Sesión de trabajo en grupo.






Aurora siempre dice 
que cualquier mujer lleva  
incorporada una bomba 
de relojería en el pecho.
Puedo comprobar que eso es cierto en cada reunión 
de trabajo con mujeres, 
además de en otras ocasiones,
por supuesto.







I.
Es su turno y responde “¿qué quiero?”. Claro que esa era también la pregunta.
Su mirada pasa las hojas de un libro invisible abierto sobre la mesa.
Levanta los ojos y el libro cae al suelo, bruscamente, en silencio.
En el aire que ocupa la pregunta
sus ojos proyectan una habitación oscura  en la que arden las respuestas.


II.
Sólo ha pasado un segundo desde el “¿qué quiero?”
 y ya esa mujer por fuera es un árbol pequeño,
un helecho crecido en un parterre sombrío.
Separa los labios y parece que verdean sus hojas,
o  tiemblan al paso de un vientecillo,
y que será el frágil instante
en que se presiente una rara especie de flor trueno.
Pero ella sigue callada.
Hojas secas esperando el paso que las haga rugir.
Miedo al sonido de su sangre
…Podría despertar a la mismísima primavera.

martes, 1 de noviembre de 2011

En el fondo.


En la orilla de un charco naufraga 
tu nombre, 
madeja de lana oscura
que ya ni me salva 
ni me ahoga,
liana de recuerdos enfangados,
cuerda podrida que me enredaba.


Ese nombre no merece una lágrima que lo enjuague.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Queda invitada.




¡La invito al tercero de la noche!
A ese sueño en el que estoy de vacaciones
y llueven bombas
o se acerca un tornado.

No abra los ojos,
no quiera huir del silencio en que se libra la batalla:
usted ya camina entre escombros
y cuando la ciudad caiga,
yo señalaré en el mapa
una pared maestra,
firme en el sueño anterior.
Abrazarla  allí será un placer
mucho más cierto si no abre los ojos.

Porque horas después cada una estará en sus asuntos.
Y, aunque siga notando el favor de mi brazo,
confiará lo vivido a la desmemoria.

De otra forma, no la invitaría a mi sueño.

martes, 27 de septiembre de 2011

Armas amigas



Ganas me dan de regalarte un paraguas, qué tontería.
Ayer quise llevarte un cuento
pero, aunque los cuentos digan la verdad,
no hallé el que hablase de la tuya.
Volví a considerar el paraguas.
Lo digo por el dolor, que algo habrás de hacer
hasta que desaparezca.
 Como amiga yo te daría un arma, 
que puede ser cualquier cosa,
hasta un avión de pasajeros en pleno vuelo,
habiendo casos más domésticos,
como la misma voz o una uña.

Sin embargo para el dolor yo prefiero
las conchas en la playa,
yertas, afiladas  e inconscientes
como colmillos de cachorro salvaje,
esas que encuentro convocadas en la arena 
sin más motivo visible que morir a mis pies
matando,
pero juntas.
A ellas ofrezco mis plantas desnudas
que se empeñan en sentirse vivas.
Es mi estrategia, oye,
quizás demasiado propia.
Pero con ella ensayo mi resistencia
sin tener que morir por cristales de botella
o por cuchillos que otros pongan en mi camino.

De todas formas si encontrara un cuento,
sin dudar te lo contaría.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Palabras.


En esta edad se espera tanto de ellas
que, eficazmente recortadas, 
se proyectan solas desde el terminal hacia la diana,
un dispositivo cardiovascular  receptor que
por cierto ya está en otro asunto
o sin conexión a la red.


En esta edad una palabra,
por ser tuya,
soplada al oído,
    bastaría para florecerme. 
               

jueves, 1 de septiembre de 2011

A veces no me parezco

A veces no me parezco a mí.
Pero este es mi día.
Dejo la puerta abierta y
de mi boca sale
amo, oma, moa, oma, mao, amo, oam,
la niña que hace pompas
por jugar con su saliva.
Con su gesto
asusta a las arañas tejedoras,
limpia el fondo de avispas ahogadas,
halla pulseras abandonadas en la hierba
o da fe de las sombras de los peces
que fugan hacia la orilla.
Es un trabajo duro
dejar puerta, boca, voz, saliva y niña abiertas,
pero bien recompensado,
si antes de que gane el día,
miro sus manos como un espejo
y compruebo lo mucho que me parezco a mí.

martes, 23 de agosto de 2011

Árbol genealógico.

Porque el fundamento de mi carácter, al descomponerse, se incorpora a una especie salvaje
que ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que ignora las afrentas, que jamás se extinguirá.
De Árbol genealógico, dentro del poemario Tara, escrito por Elena Medel. DVD Ediciones, Barcelona, 2007.

Árbol genealógico.

Subo la vista a las ramas más altas.
Una mujer sentada en noviembre me dice
“no te preocupes por nada” .
Sopla el viento,
da vueltas el calendario.
Sigo mirando hacia arriba.
Desde agosto
otra mujer me pregunta
“qué quieres”.
Aguarda mientras hago sonar mis monedas.

Busco por dentro de mi blusa
eso que quiero.
Entonces las mujeres dóciles que había a mi lado desaparecen.
Y también las rosa fucsia.
Aparecen las mujeres fiera:
las que ladran,
las que plantan sus venas
ante el horror de los viandantes.
Y yo les ayudo.
¿Qué quiero?
¡Lo que quiero!
Enseñar los colmillos afilados,
ladrar, ajá, ladrar como ellas,
arañar la corteza del árbol
y rascarme la espalda contra la roca.
Y después mirar hacia arriba,
dormir plácidamente,
rendida a la sombra de los meses
y no preocuparme por nada.